Confío en que hayan leído los artículos anteriores de esta serie para poder entender lo que está sucediendo actualmente en la Iglesia con lo que se refiere al canto gregoriano, y por supuesto, la perspectiva de una principiante (como yo) ante todo esto. Les recuerdo que en el primer artículo, “Uno de los mayores prejuicios y temores sobre el canto gregoriano”, expuse los prejuicios que existen sobre el latín y el canto gregoriano por parte de los miembros de la Iglesia; en el segundo, “Los gregorianistas”, me concentré en presentarles a los gregorianistas y el lugar que ocupan hoy día en la Iglesia. 

En este tercer artículo, me dedicaré a compartir lo que he ido aprendiendo a través de los años y lo que no se nos enseña ni se nos inculca a nosotros, músicos de la Iglesia, fieles, e incluso seminaristas, sobre el canto gregoriano para servir en el ámbito musical en la liturgia. Para ello, haré comparaciones, mencionaré las diferencias entre el canto gregoriano y la música popular religiosa, y mostraré cuáles son los frutos espirituales que aportan uno y otro y el origen de su texto y su composición. Les aseguro que al final entenderán y sacarán conclusiones por ustedes mismos sobre si la música de sus parroquias es fuente de unidad a nivel universal o no, y si nos estamos equivocando a la hora de elegir el repertorio para la sagrada liturgia. Todo es una toma de conciencia de quiénes somos y de lo que estamos ofreciendo a Dios. 

Mencioné en mi artículo pasado que en torno al año 755, en Metz, comienza la transformación del llamado canto romano antiguo en lo que se conocería más tarde como canto gregoriano. Fueron religiosos consagrados, canónigos para ser más exactos, los que se dedicaron de lleno a la composición del canto romano o gregoriano para la Sagrada Liturgia. Así como su vida consagrada era de entrega como trabajadores de la liturgia y de la oración, lo es también las melodías que compusieron: todo orientado a Dios. En cierto modo, el ser un religioso consagrado y compositor de canto gregoriano produce un efecto, en un plano espiritual y litúrgico, que nos beneficia a todos como Iglesia: por la fusión entre la Palabra y la melodía. Por ello, no es de extrañar que se considere el canto gregoriano como un modelo a seguir según los Padres del Concilio Vaticano II. 

El canto gregoriano desde su origen no tiene influencia mundana y posee la reverencia y la pureza que lleva a glorificar a Dios unánimemente en la liturgia, como un solo cuerpo y una sola fe de manera universal. No obstante, actualmente hay religiosos consagrados y sacerdotes, que aun escribiendo en su gran mayoría en lengua vernácula, no se cierran a la posibilidad de servir con el canto gregoriano. 

Estos servidores de Dios componen música para la liturgia usando motivos musicales que provienen del canto gregoriano, e inclusive traducen los textos del canto gregoriano a la lengua vernácula, aunque para algunos gregorianistas estas adaptaciones no consigan producir el mismo efecto que su lengua de origen, el latín.

Por otra parte, si estos músicos litúrgicos, ya sean consagrados o laicos, poseen conocimientos en la materia o si se han informado a partir de los documentos oficiales de la Iglesia, entonces recurrirán al canto gregoriano, porque saben que tiene primacía en la Iglesia: es a lo que se nos exhorta y aconseja como primera alternativa. A mi parecer, ellos son los que han encontrado un punto medio o equilibrio musical para la liturgia, utilizando ambos, el canto gregoriano y los cantos que son aptos para la liturgia en lengua vernácula. Así, podemos afirmar rotundamente que, al igual que hace más de mil años, todo concuerda, desde sus composiciones litúrgicas hasta su vocación y visión celestial. El hecho de componer algo secularizado o del mundo para la liturgia es una contrariedad. Tristemente, es común escuchar en las parroquias hoy día las composiciones de laicos, que pretenden componer algo para “Dios”, pero en realidad se trata más bien de cantar y tocar algo de sí mismo y que, a menudo, no tiene nada que ver con la liturgia. Esto suele suceder por su falta de preparación para ejercer el ministerio de música litúrgica. 

La situación actual es muy compleja debido a la falta de formación de la inmensa mayoría de los fieles y, sobre todo, del clero. Lamentablemente, también conviene recordar que, debido a la falta de vocaciones a la vida consagrada, en la que se vive una vida más radical y conforme al Señor, son los laicos quienes, en su mayoría, tratan de humanizar el misterio de Dios y asumen la dirección musical en la liturgia. 

En el pasado, este cargo lo desempeñaban con mucho celo religiosos consagrados en las parroquias, y que además poseían los conocimientos y la formación necesaria. Sin embargo, los músicos y fieles de la asamblea litúrgica de hoy sirven y participan en la Misa con un desconocimiento total del origen del canto, de su finalidad e incluso son incapaces de elegir un repertorio adecuado para la celebración litúrgica. Es más, los laicos, músicos litúrgicos, componen música para la Misa sin conocer la liturgia, la doctrina y su significado, o ni siquiera las diferentes partes de la Misa: dicho de otro modo, escriben para algo que no conocen y, peor todavía no se cuestionan lo más mínimo sobre lo que están proponiendo. 

Cuando uno se encuentra con una situación así, siente frustración e incluso me atrevería a decir lástima: uno quiere ayudarles a mejorar y a hacerlo correctamente. Esto entraría dentro de las Obras de Misericordia Espirituales de instruir al ignorante. Sin embargo, muchos se defienden diciendo que llevan muchos años en su ministerio, que nadie les ha enseñado, y que crecieron pensando que lo estaban haciendo bien. 

¿Cómo es que se permite a un compositor que no conoce la liturgia componer para la Misa? Este es el origen del desastre musical en la Iglesia. No es culpa del Concilio, porque el Concilio dice todo lo contrario a lo que se hace por parte del clero y de los laicos. Lo cierto es que por la falta de formación y de orientación pagamos todos, no se dan cuenta de que, después del Concilio Vaticano II, su ministerio ha consistido en imitar el estilo de composición de la Iglesia Protestante. A nivel musical y compositivo, la Iglesia Católica adoptó después del Concilio Vaticano II, hace unos sesenta años, el estilo de los hermanos separados, donde se da más fuerza al testimonio personal, a ritmos populares, e inclusive se adaptan melodías de cantos seculares a textos religiosos. Además, fueron los reformados también los que, al separarse de la Iglesia Católica, abandonaron el latín para abrazar la lengua vernácula. Así fue como, partiendo del Concilio Vaticano II y sin justificación, nos fuimos alejando cada vez más de lo que nos pertenece y deberíamos acoger musicalmente como Iglesia.  

Por otra parte, los ministros de la música del Novus Ordo se lamentan a menudo del hecho de que no haya repertorio del Propio y del Ordinario de la Misa para cada domingo y solemnidades, y esto es verdad. Para algunas misas y solemnidades no existen cantos en la lengua vernácula, por este motivo se terminan eligiendo cantos de origen protestante o de compositores católicos que no son liturgicos.

Tampoco hay que ser músico para darse cuenta de que un texto está alterado o que no es conforme a la liturgia, algo que jamás sucede con el canto gregoriano porque, si nos damos cuenta, el canto gregoriano tiene lugar e identidad: es el Rito Romano. Uno de los resultados positivos del Vaticano II fue la creación de los Ciclos del Año Litúrgico, el año A, B, y C para abarcar más lecturas. Tomando en cuenta esto, en el año 1974 se elaboró una nueva versión del Graduale Romanum, el de Pablo VI, para que él mismo incluyese todos los cantos del Propio y del Ordinario de la Misa según la reforma conciliar. Para adaptarse a los tres años litúrgicos, se escogieron piezas del fondo antiguo que eran apropiadas a las lecturas escogidas.


A modo de conclusión, puedo afirmar sin ambages que este venerable repertorio, el mayor tesoro musical de la Iglesia, es la palabra de Dios que florece en música. Las melodías del canto gregoriano se han perpetuado por más de mil años en la Iglesia y son muy amadas por los fieles. Las nuevas generaciones que se van formando cada vez más, se están dando cuenta de los agravios cometidos en la liturgia por culpa de una música demasiado mundana y poco espiritual. No hay excusas para elevar y dignificar la liturgia musicalmente con el canto gregoriano, pues existen los medios para lograrlo, no se nos está pidiendo nada imposible. Además, ni siquiera el hecho de no saber leer música nos exime de nuestra obligación de incluir y aprender el canto gregoriano como repertorio del Rito de la Liturgia Romana, ya que más del 85% de los músicos de la Iglesia, a nivel mundial, no leen música y eso no les impide ejercer su ministerio de música. ¿Acaso sabían que en el inicio del canto gregoriano se aprendía todo de memoria, por tradición oral? Tal y como ocurre hoy en día, aprendemos escuchando los cantos. No hay excusas, si desean empezar a aprender canto gregoriano pueden recurrir a libros como el Graduale Simplex, el Kyriale Romanum o, aún mejor, abonarse a Neumz donde tendrán las partituras, las grabaciones sincronizadas y las traducciones de los textos en latín a cinco idiomas. ¿Sabían que hay cada vez más comunidades religiosas que se animan a retomar el canto gregoriano gracias a Neumz? Ejemplos encomiables que deberían ser imitados.