Primer artículo: Uno de los mayores prejuicios y temores sobre el canto gregoriano 

Durante unas semanas estaremos compartiendo una serie de artículos para el público general que desee aprender a orar cantando con el uso del canto gregoriano. Esta serie llevará por título “El canto gregoriano desde la perspectiva de un principiante”. Además,  nos adentraremos en lo que debería ser el canto gregoriano para un miembro de la Iglesia y persona de fe. Espero que esto les sea de beneficio, sobre todo, para su crecimiento espiritual, y para conocer y entender el lugar del canto gregoriano en la Iglesia universal. 

Pero antes de entrar plenamente en lo que es el canto gregoriano en sí (su historia y origen, su espiritualidad, su notación, su lugar en la liturgia, su situación actual en la Iglesia universal), es necesario exponer detalladamente uno de los mayores prejuicios que se tiene del canto gregoriano, y los temores que albergan muchos de los fieles que lo desconocen.

Si hablamos de prejuicios sobre el canto gregoriano, es de constatar que hay muchos. Sin embargo, voy a tratar en primer lugar del que más destaca de todos: los prejuicios y temores sobre el latín. Me atrevo a afirmar que son, más que la misma música y el canto, la causa principal por la cual no se cultiva el canto gregoriano en todas las iglesias y comunidades religiosas a nivel mundial. Es más, hoy en día es común que alguien sugiera un canto en latín para la liturgia e inmediatamente sea mirado con descontento, incomprensión, y se rechace sin paliativos con un “no” rotundo. Se presentan excusas como que la gente no lo va a cantar, nadie lo va a entender, no se sabe pronunciar bien, es un canto para la Misa Tridentina y para los tradicionalistas, es una involución que nos hace retroceder, el Concilio Vaticano II lo desterró para promover la lengua vernácula, y otras excusas y temores infundados. A diferencia de lo que sucede con otras religiones que han conservado una lengua antigua, venerable, exclusivamente para su liturgia, en la iglesia Apostólica y Romana desde el Concilio Vaticano II hemos ido prefiriendo la lengua vernácula siguiendo la tendencia de la Iglesia Protestante. Esto da mucho qué pensar…

Sin embargo, no salen a relucir solamente los temores, sino también la falta de formación, la ignorancia y los prejuicios de los fieles sobre algo tan valioso para la Iglesia como lo es el latín y el canto gregoriano. Las personas que están a cargo de ministerios litúrgicos, prefiero creer que es desde el desconocimiento, expresan su intención de querer promover la “unidad” a través de la lengua vernácula, pero son en realidad causantes de desunión y contradicen abiertamente lo que nos exhorta el magisterio de la Iglesia.

Lamentablemente, se podría comparar el canto gregoriano y el latín a una persona que es víctima de un mal rumor, incluso de una calumnia, y a quien se quiere quitar del medio y deshonrar. La verdad, muy lejos de todo eso, es que el canto gregoriano es un canto ungido, pues es meramente para Dios; cada oración está impregnada de Su palabra y santidad. Y cuando los fieles acuden a las abadías, las parroquias, los cursos y talleres donde se cultiva el canto gregoriano,  se cuestionan todos esos prejuicios y temores. ¡Por fin! Buscan saber realmente si la Iglesia sostiene tales afirmaciones, recurren a las fuentes: la lectura de 

textos antiguos de los mismos padres de la Iglesia que proclamaban una y otra vez la santidad del canto gregoriano y del latín. Y, en la actualidad, en el siglo XXI los mismos documentos oficiales de la Iglesia, manifiestan una clara instrucción a los fieles sobre el uso del latín en la liturgia. En este sentido, el papa Benedicto XVI en la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis escribe: “Para expresar mejor la unidad y la universalidad de la Iglesia, quisiera recomendar lo que ha sugerido el Sínodo de los obispos, en sintonía con las normas del concilio del Vaticano II: exceptuadas las lecturas, la homilía, y la oración de los fieles, sería bueno que dichas celebraciones fueran en latin; también se podrían rezar en latin las oraciones más conocidas de la tradición de la Iglesia y, eventualmente, cantar algunas partes en canto gregoriano. Más en general, pido que los futuros sacerdotes, desde el tiempo del seminario, se preparen para comprender y celebrar la santa misa en latin, además de utilizar textos latinos y cantar en gregoriano; y se ha de procurar que los mismos fieles conozcan las oraciones más comunes en latin y que canten en gregoriano algunas partes de la liturgia”. Resulta evidente que hay un gran desconocimiento de la existencia de estos textos que arrojan claridad a la cuestión, y que se suele opinar según lo que se escucha y sin ningún fundamento, como sucede con los rumores.

Si echamos la mirada atrás para descubrir cuándo se introdujo el latín en la liturgia, veremos que en el siglo III se hizo la transición del griego al  latín y jerárquicamente esta lengua todavía está vigente en la Iglesia. Me atrevo respetuosamente a mencionar a los obispos y sacerdotes, porque ellos son los que tienen la autoridad y responsabilidad en toda esta situación, y en lo que sucede durante las celebraciones litúrgicas. Ellos sí deberían ser conocedores del Concilio del Vaticano II y saber que el latín y el canto gregoriano tienen primacía en la Iglesia. Entonces, ¿Cómo se justifica la falta del uso del latín en la Santa Misa y Oficio Divino? Falta de formación en los seminarios y gustos seculares que alejan a los fieles de la sacralidad que se debe vivir en la Iglesia. Ahora bien, cabría preguntarse, ¿por qué habría de ser perjudicial el uso del latín si la liturgia se ha celebrado más de mil años en esta lengua? Actualmente quedan muy pocos sacerdotes, órdenes religiosas, y fieles que luchan por defender la dignidad del lenguaje del Culto Divino, cuando en realidad deberíamos ser todos. Tristemente, al eliminar el latín por falta de sensibilidad y de no reconocer lo que es únicamente creado para Dios, automáticamente se elimina algo que es parte de nosotros como cuerpo místico de Jesús: el canto y voz orante de la Iglesia, el canto gregoriano. Lo más grave es que como consecuencia de ello se seculariza la liturgia. Hay incluso algunos que se atreven a justificar lo injustificable afirmando que lo importante es que se lleve a cabo la consagración eucarística, no importante el resto. 

No obstante, la Iglesia siempre, desde sus inicios, ha reconocido el latín como la lengua litúrgica, de oración, de elevación, de solemnidad que lleva a la unidad de manera universal, y de carácter sagrado, “cosa que las lenguas vernáculas no poseen porque no tienen la estilización sacra”, como diría la famosa latinista holandesa Christine Mohrmann. Si en una parroquia hubiera de utilizarse el  latín, sería como pasa con todo: con el tiempo, los fieles aprenderían el significado de lo que se está proclamando. Por ejemplo: Pater noster es “Padre nuestro” o Santus es “Santo”. Pero el prejuicio ha llegado a tal punto que se cree que el latín es exclusivo para la Misa Tridentina, cuando en realidad es para la liturgia del rito romano, y la forma Ordinaria o Novus ordo no se convierte en Tridentina porque se canta gregoriano y se ora en latín. 

En la Abadía Notre-Dame de Fidélité de Jouques, las monjas benedictinas, las del proyecto Neumz, muestran con su ejemplo que es posible adentrarse en el misterio pascual y glorificar a Dios, aunque las jóvenes, al principio, no entiendan bien el latín. Las monjas de Jouques, que celebran la liturgia en la forma ordinaria del rito romano, ofrecen y glorifican a Dios con el canto gregoriano en la Santa Misa y en el Oficio Divino todos los días del año. El latín y el canto gregoriano cumplen con su función litúrgica en este monasterio. Aquellos que lo visitan o hacen retiros pueden experimentar la gracia de la unión total con la Iglesia universal y la plenitud celestial porque todo se celebra en torno a Dios. Con solo esto, debería bastarnos.

Esto me lleva a preguntarme sobre algo que es lo cotidiano en la Iglesia: ¿Hasta qué punto la lengua vernácula nos beneficia y promueve la universalidad? Especialmente cuando los textos litúrgicos son constantemente alterados y secularizados, y es alarmante que nadie diga nada, o si se dice algo, que sea ignorado. ¿Por qué muchos dicen que no entienden la Misa en latín, y que no pueden pronunciar el latín? Si uno conoce la Misa uno sabe y entiende que se lleva a cabo el sacrificio del misterio pascual y que se viene a glorificar a Dios. Para eso no se necesita entender el latín, sino tener fe y ser sensible a los signos litúrgicos. Al final, tiene que haber una voluntad para promover la unidad de la Iglesia Católica y proteger la liturgia en lo esencial que es el misterio de Cristo. Esto nos corresponde a todos, porque el llamado como Iglesia no es que seamos parroquias con prácticas individualistas y personalizadas, según los gustos y preferencias de cada comunidad: eso no nos hace una Iglesia universal. 

Finalmente, concluyo esta exposición compartiendo las palabras de sor Rocío de Jesús, monja mínima de Daimiel: “Saber ceder para facilitar la unión con los demás”. Creo que Dios nos da la respuesta en palabras muy simples a través de ella y es rendir nuestra voluntad por el bien mayor de la Iglesia. Si nosotros nos esforzamos en aprender tantas cosas en la vida, entonces el saber que el latin está a nuestro alcance post-concilio, y que es cuestión de tomarlo y aceptarlo, nos puede beneficiar espiritualmente y facilitar el aprender canto gregoriano. Este es el comienzo que nos puede abrir la puerta a la unión entre lo humano y lo divino, lo terrenal y lo celestial, ese es el significado de religión, la unión entre lo finito y lo infinito… Y como denominador común del cielo y la tierra surge el canto gregoriano para glorificar al Padre Eterno.