En torno al año 755, en la catedral de Metz, San Crodegango y su Schola Cantorum inspirados por el Espíritu Santo transforman el canto romano antiguo en lo que se conocerá más tarde como canto gregoriano. ¿Por qué menciono este trasfondo histórico? Porque fueron religiosos consagrados los que se dedicaron de lleno a la composición del canto gregoriano. Sin embargo, hoy en día sólo hay un número reducido de fieles (con una gran sensibilidad) que tienen una vocación muy única y especial en la Iglesia: los gregorianistas. Su llamado consistiría en principio en ayudar a la Iglesia a volver a la esencia del canto gregoriano en la liturgia. En este artículo, trataré acerca de estos miembros de la Iglesia con el fin de instruir a los fieles de la asamblea sobre su rol imprescindible y su función, ya que es algo que suele ser muy desconocido.
Gregorianista, este es el término moderno que se utiliza para identificar a los miembros de la Iglesia que se dedican a servir en el área del canto gregoriano. Si buscamos en las fuentes oficiales de la Iglesia, podremos concluir que los fieles que se dedican al canto gregoriano son los músicos litúrgicos por excelencia. Una parte de ellos solo se dedica a impartir talleres y cursos o dirigir scholae, allá donde se celebre la Misa en latín. Lamentablemente, la gran mayoría de ellos se encuentran sentados en los bancos durante la Misa, si no asisten a la Misa Tridentina, Vetus Ordo, en sus diócesis, o si no se les permite ofrecer su don en la Misa de la forma Ordinaria, Novus Ordo. Conviene recalcar, todo sea dicho, que la Misa del Novus Ordo, no es incompatible con el canto gregoriano, todo lo contrario, pero para ello es necesario que se acepte y respete lo promulgado en el Concilio Vaticano II.
Los gregorianistas, directores de scholae, o expertos del canto gregoriano como también se les conoce, suelen ser fieles que se dedican a estudiar e investigar sobre la espiritualidad, la historia, la notación, el ritmo, la modalidad, la semiología, el latín, la Sagrada Escritura, la liturgia y todo lo que está relacionado con el canto gregoriano. Estos, por lo general, poseen gran conocimiento y saberes sobre la materia, porque para adentrarse en el canto gregoriano hay que aprenderlo desde el interior, esto es, la liturgia. Ahora bien, también existen estudiosos que perciben el canto gregoriano como un mero objeto de estudio, como una rama dentro de la musicología, y a veces, de ello se desprende la idea de que es un canto inaccesible, muy difícil de abordar para los no especialistas y miembros de la Iglesia. Pero no hablemos de estos “estudiosos” por el momento. Centrémonos en lo que nos incumbe: un gregorianista que tiene como objetivo primordial servir en la liturgia, desde dentro del corazón de la Iglesia, y ofrecer su talento en la enseñanza del canto sagrado. En efecto, un cantor ungido y debidamente formado nos muestra claramente la reverencia y la sacralidad inherentes al canto gregoriano y cómo se glorifica a Dios en la liturgia con el canto sagrado.
Pero yo me pregunto, ¿Quién llama a estos fieles a servir y cuál es la respuesta de la Iglesia ante su talento? Está claro que no es el hombre el que llama. No obstante, más allá del desconocimiento de este carisma y de quienes ejercen este rol, el gregorianista es llamado por el Espíritu Santo a servir en la Iglesia. Así, por una parte tenemos a quienes son llamados para transmitir el mensaje de la Palabra de Dios por medio del canto gregoriano y a colaborar en el ámbito musical en la liturgia, y por otra, se encuentran los fieles llamados por Dios a recibir y participar en las oraciones cantadas para glorificar todos juntos a Dios. Cuando una asamblea abraza el canto gregoriano hay unanimidad entre todas las partes del cuerpo de Cristo. Al acoger el canto gregoriano, por medio de estos hermanos, en la sagrada liturgia, también aceptamos glorificar a Dios en plena unidad. Cuando esto se lleva a cabo el mensaje escrito a todos los miembros de la Iglesia universal durante generaciones se hace realidad. Uno de los más recientes, que arrojó luz a la Iglesia, y que mayor impacto tuvo fue el Motu Propio de san Pio X, en Tra Le Sollecitudini, quien escribe esto: “Una composición religiosa será más sagrada y litúrgica cuanto más se acerque en aire, inspiración y sabor a la melodía gregoriana, y será tanto menos digna del templo cuanto diste más de este modelo soberano”. Añado que el canto gregoriano es algo único y exclusivo de la Iglesia que no recibe ninguna influencia externa: es de Dios, para Dios y sobre Dios. A la hora de elegir un repertorio para la Misa, esto es imposible de superar para cualquier músico de la Iglesia, de ahí la primacía que el Concilio Vaticano II otorga al canto gregoriano. Pero no todos los músicos litúrgicos comparten este parecer.
Permítanme compartir una anécdota que viví, fue en una parroquia donde trabajaba. A pesar de no ser gregorianista, propuse a la directora del coro parroquial que se cantase el Ordinario de la misa en gregoriano. Ella me respondió que a la gente de la comunidad no le gustaba. Aclaro que no le pedí que se cantase toda la misa en gregoriano. Estoy convencida de que puede haber un equilibrio entre el canto gregoriano y cantos en lengua vernácula, que son muy apropiados para la liturgia, pero cuando le pregunté el motivo no me dio ninguna explicación. Después de que esta directora de coro se retiró de su cargo en la Iglesia, la gente de la parroquia comenzó a pedir que se cantase gregoriano. En realidad no era la comunidad a la que no le gustaba el canto gregoriano, sino a la directora; ella estaba centrada en su experiencia y era su gusto personal. Ahondando en este rechazo, hay sacerdotes que apoyan a estos directores para “darles su lugar”, y no aceptan el canto gregoriano en su parroquia. En otras ocasiones, los párrocos desean acoger el canto gregoriano en sus parroquias, especialmente cuando tienen comunidades donde hay mucha diversidad nacional, pero los directores de coro se niegan e imponen su voluntad. Tristemente, los sacerdotes se resignan y callan porque temen perder a sus músicos, esto dice mucho de la situación musical por la que atraviesa la Iglesia.
Ejemplos como el anterior deben movernos a la reflexión. La Iglesia debe aceptar y acoger el talento de los gregorianistas y poner fin a estas actitudes egoístas y poco cristianas. Dice la Sagrada Escritura en I Corintios 12:18-27, “Ahora bien, Dios ha colocado a cada uno de los miembros en el cuerpo según le agradó. Y si todos fueran un solo miembro, ¿qué sería del cuerpo? Sin embargo, hay muchos miembros, pero un solo cuerpo. Y el ojo no puede decir a la mano: No te necesito; ni tampoco la cabeza a los pies: No os necesito. Por el contrario, la verdad es que los miembros del cuerpo que parecen ser los más débiles, son los más necesarios; y las partes del cuerpo que estimamos menos honrosas, a estas las vestimos con más honra; de manera que las partes que consideramos más íntimas, reciben un trato más honroso, ya que nuestras partes presentables no lo necesitan. Mas así formó Dios el cuerpo, dando mayor honra a la parte que carecía de ella, a fin de que en el cuerpo no haya división, sino que los miembros tengan el mismo cuidado unos por otros. Y si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; y si un miembro es honrado, todos los miembros se regocijan con él. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él”.
Sin duda alguna la Iglesia necesita a los gregorianistas, porque si sufre una parte del cuerpo, entonces sufrimos todos. Es injustificable que se prive de ofrecer sus talentos en la sagrada liturgia a los directores de scholae y cantores, pues el único propósito por el cual se creó el canto gregoriano es para alabar a Dios en la liturgia. Asimismo, resulta muy contradictorio que en la Iglesia se predique el ofrecer y multiplicar los talentos y que, a aquellos que cultivan el canto gregoriano se les prohíba, siendo estos tan miembros de la Iglesia como cualquier otro fiel. Y como consecuencia de esta prohibición, se deja a toda la asamblea sin poder escuchar y aprender el canto oficial de la Iglesia.
Como fieles, tenemos derecho a pedir a nuestros obispos, a nuestros párrocos, que se cante canto gregoriano en nuestras parroquias: nadie debería imponer su criterio sobre la Voluntad de Dios, manifestada en los padres conciliares del Vaticano II. No hay excusas, para empezar si desean aprender a cantar gregoriano pueden y deben recurrir a los gregorianistas, consultar libros como el Graduale Simplex, el Kyriale Romanum o, aún mejor, registrarse a Neumz donde tendrán las partituras, las grabaciones sincronizadas y las traducciones de los textos del latín a cinco idiomas. ¿Sabían que hay cada vez más comunidades religiosas que se animan a retomar el canto gregoriano gracias a Neumz? Ejemplos encomiables que deberían ser imitados.
Para concluir, debe haber un celo por conservar la unidad y santidad en la sagrada liturgia. Cada vez son más los que se sienten llamados y atraídos por el canto gregoriano. Hódie, si vocem ejus audiéritis: Nolíte obduráre corda vestra, “Si hoy escuchan ustedes mi voz, no endurezcan su corazón” (Salmo 94). Escuchemos la voz del Señor en nuestro corazón, así nos apartaremos de las liturgias secularizadas, al gusto de este mundo. Dejemos entonces que el Espíritu Santo obre y que nuestros hermanos ofrezcan sus dones y talentos para contribuir a embellecer la liturgia, creando una atmósfera de devoción y fervor que nos hagan salir del mundanal ruido y nos eleven al cielo.
Si te gustó este artículo, asegúrate de leer nuestro artículo anterior:“Uno de los mayores prejuicios y temores sobre el canto gregoriano”.