Los santos no estudiaban el canto gregoriano, simplemente oraban. Esto podría ser difícil de entender para algunos, pero, aquellos que vivían en monasterios y asistían diariamente a Misa se convirtieron en expertos en la oración y en conocer la verdadera esencia y finalidad del canto de la liturgia romana: sus oídos, sus voces y, lo que es más importante, sus corazones se familiarizaron con la Palabra de Dios. De hecho, fue gracias a la constante escucha y repetición del canto gregoriano a lo largo de las horas del día que pudieron aprender y cantar infinitas alabanzas o elevar una súplica como hizo el Centurión en la Sagrada Escritura, «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme» (Mateo 8:8). ¿Puede uno imaginarse ser indiferente a textos como éste para limitarse simplemente a estudiar la música? Los santos no contaban el número de notas que había en el canto, ni trataban de fijarse en la duración precisa de un neuma, ni escudriñaban los manuscritos; de hecho, esto no estaba al alcance de la inmensa mayoría. Los santos que hoy admiramos se centraban en las Escrituras y cantaban a Dios ofreciendo intenciones de sanación, sacrificio, alabanza, agradecimiento, entre otros. Así de sencillo. Así era como su oración cantada, en unión con toda la Iglesia, se elevaba al Padre Eterno.

Recordemos que el uso del canto gregoriano era oficial en la sagrada liturgia en la Misa, el Oficio Divino y en todos los monasterios antes de los años sesenta.  Su uso no era opcional porque sus melodías revisten magistralmente los textos litúrgicos. Por lo tanto, todos los ritos oficiales de la Iglesia tenían un repertorio específico que se escuchaba una y otra vez, por lo que se cantaba o, mejor dicho, se rezaba con devoción. La familiaridad facilitaba el aprendizaje a quienes optaban por la vida consagrada y religiosa. Incluso los laicos, católicos practicantes, que asistían a la Santa Misa antes del Concilio Vaticano II recuerdan los cantos de la misa y las piezas más conocidas. Esto sigue estando vigente hoy en día. Aunque los santos no estudiaron canto gregoriano tal y como lo conocemos, sí recibieron numerosas lecciones del propio Jesús: «Me llamáis ”maestro“ y ”Señor“, y con razón, porque en verdad lo soy”» (Juan 13:13). El canto gregoriano era una revelación de Dios a los santos; era la oración cantada de la Iglesia, su ejercicio y alimento espiritual. Además, era su fuente de oración intercesora por la humanidad, lo que les hacía formar parte de la comunión de los santos, por lo que profundizar en la música no era precisamente la prioridad ni la vocación de todos como Cuerpo de Cristo. Pero para unos pocos era una responsabilidad mayor.

Durante la Edad Media, sólo el magister chori, esto es, el maestro de coro, y los cantores se encargaban de aprender y poner en práctica su ministerio en la Iglesia. Esto era posible gracias a la repetición, o utilizando algo parecido al método de tradición oral de Beda el Venerable, que consistía en repetir por partes el canto, una y otra vez. El estudio profundo de la música del canto gregoriano no existía como en nuestros tiempos modernos. En realidad, hay un hecho interesante que se remonta al siglo VIII y que muestra que en el conocido como Reglamento de Angilramme, el arzobispo sucesor de San Crodegango, se fijaron una serie de emolumentos para todos aquellos que servían musicalmente en la Misa. Los cantores recibían una compensación por cantar las piezas más difíciles y solistas para la Misa, y los maestros de coro por enseñar a los miembros de la schola. Sin embargo, nadie recibía un estipendio por cantar o rezar el Oficio Divino. Los religiosos tenían otras prioridades, y la parte de conocimiento e intelecto musical, especialmente la relacionada con el canto gregoriano, no recibiría ni ganaría importancia hasta muchos siglos después. Algo impensable ocurrió durante el siglo XX, algo que habría sido inconcebible para los Padres de la Iglesia, algo que nunca habrían pensado ni deseado: el canto gregoriano fue sacado de su lugar de origen para el que había sido creado y se convirtió en objeto de estudio y práctica fuera de la Sagrada Liturgia en conservatorios y universidades.

Hay pruebas de que los temas de música y ciencia relacionados con el canto gregoriano no fueron analizados ni estudiados por los santos de la Iglesia porque esas escuelas y programas no existían. Si miramos a nuestro pasado, a partir de la Edad Media, veremos una evolución muy clara desde los manuscritos más simples hasta los más elaborados, y la creación de la notación musical y la semiología, que proporcionan una plétora de conocimientos para los eruditos. Además, el Concilio Vaticano II, hace poco más de 60 años, abrió la posibilidad para añadir, aparte del canto gregoriano, otras estilos musicales a la liturgia. La eliminación del canto gregoriano de casi todas las parroquias del mundo y de su lugar de origen inspiró y abrió la puerta a mentes curiosas y estudiosas para hacer del canto gregoriano un tema de estudio académico.

Pero, ¿qué dirían los Santos si vinieran y vieran lo que los hombres y mujeres del siglo XXI están haciendo con el canto gregoriano? Al igual que los Santos, tampoco los compositores de las melodías dieron más prioridad al estudio de la notación musical, la investigación sobre la música antes que a los textos bíblicos y las oraciones, y no lo justificaremos diciendo que fue porque «estaba en ciernes». Sin duda, fue la oración litúrgica y todo el sustento que ofrecía la Palabra de Dios lo que dio al canto gregoriano una finalidad, una primacía y un lugar para todos en la Iglesia. Sin embargo, uno puede estudiar o ser un erudito y también imitar a los santos en su espiritualidad. Un ejemplo perfecto de ello fue en el siglo XX Dom Eugène Cardine, monje benedictino del de la abadía benedictina de San Pedro de Solesmes, también conocido como el Padre de la Semiología. Dom Cardine manifestó estas palabras en una entrevista para la RAI: «El lugar auténtico del canto gregoriano se encuentra en la propia acción litúrgica, donde adquiere su verdadero sentido y toda su dimensión, que consiste en sublimar la palabra sagrada. Casi todos los textos de la liturgia romana están tomados de la Biblia, especialmente de los Salmos. Por tanto, puede decirse que la Palabra vino de Dios a nosotros en la Biblia y vuelve a Dios en la alabanza». Aunque el padre Cardine era un erudito gregorianista del siglo XX, era ante todo un siervo de Dios que reconocía la finalidad y el espíritu del canto gregoriano en la liturgia. Por esta razón, nunca perdió de vista lo esencial.

Podemos afirmar que estudiar y escudriñar el canto gregoriano no es la vocación de todos, pero todo el pueblo de Dios está llamado a orar y a glorificarlo en la sagrada liturgia. Además, esto no significa que uno deba desanimarse y dejar de estudiar y recibir formación relacionada con el canto gregoriano. Al contrario, puede ser muy útil para la interpretación, y aún más para nuestra redención, si seguimos el espíritu de San Crodegango y Dom Prosper Gueranger, que se dedicaron a la transformación y restauración del canto de la liturgia romana para que pudiera ponerse en práctica en su contexto natural que es la sagrada liturgia. También trabajaron arduamente en su difusión, para que fuera la oración universal unificadora de la Iglesia.

Hoy se traza una línea: a un lado estarán los que sólo quieren estudiar canto gregoriano en escuelas y conservatorios porque sí, y al otro los que quieren recibir alguna formación para aprender a rezar y están abiertos a la unidad de la Iglesia. Uno puede hacer ambas cosas, rezar y estudiar, y no perder de vista su espiritualidad. Y, si uno imita a los santos, no puede equivocarse. «Por sus frutos los conoceréis» (Mateo 7:20).