Aún no es Navidad: es tiempo de espera y preparación. Esto es lo que la Iglesia, al igual que los profetas, nos recuerda cada año al comenzar el nuevo año litúrgico en el ciclo de Adviento. A pesar de ello, a parte de las celebraciones litúrgicas, a las familias de hoy en día les resulta cada vez más difícil abrir su corazón y su espíritu a este tiempo de preparación y espera del nacimiento de Cristo. Estamos tan dispersos y atrapados en el consumismo moderno, en las actividades seculares y en la búsqueda de la «felicidad suprema», que pasamos por alto todos los signos y mensajes que Dios nos envía. Comportándonos de este modo, no recordamos e ignoramos que el Adviento es un tiempo de conversión o una especie de mini Cuaresma. También es como diría Jesús Castellano en su libro El año litúrgico Memorial de Cristo y mistagogía de la Iglesia: “La Iglesia misionera expresa espiritualmente y en tiempo real la espera, la esperanza y la oración para un Adviento definitivo y para la salvación universal”. Además, también la Iglesia nos recuerda con mucho énfasis que Dios es fiel a sus promesas a través del mensaje de los profetas, los símbolos, los rituales, los colores litúrgicos (morado y rosado), y la música. Si tenemos un corazón que ama a Dios sobre “todas las cosas” y es humilde, entonces estos verdaderos signos nos ayudarán a caminar y a adentrarnos en el misterio de Jesús y María y, también a desarrollar una espiritualidad litúrgica. Por tanto, debemos tener la voluntad y el deseo de esforzarnos para renunciar a los placeres que el mundo nos ofrece para caminar con la Iglesia visible e invisible.
La semana pasada compartí el artículo «La liturgia, la piedad popular y el canto gregoriano durante el Adviento», éste es una prolongación del anterior. En el anterior compartí las devociones de Adviento de la Iglesia que están estrechamente relacionadas con la liturgia. Nombraba ejemplos de lo que se puede hacer en Adviento para prepararse para la Navidad. Sin embargo, en esta ocasión, me gustaría hacer hincapié en el hecho de que hay personas en el mundo que siguen esperando al Mesías y que el Adviento es tiempo de conversión y de anunciar activamente al Salvador a todo el mundo. Por eso, el Adviento no debe pasar desapercibido y debemos poner en práctica lo que se nos enseña.
Para guiarnos por el buen camino, el Catecismo de la Iglesia Católica nos instruye y nos enseña lo siguiente: «La venida del Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos. Ritos y sacrificios, figuras y símbolos de la “Primera Alianza”, todo lo hace converger hacia Cristo; anuncia esta venida por boca de los profetas que se suceden en Israel. […] El misterio de Navidad se realiza en nosotros cuando Cristo “toma forma” en nosotros. Navidad es el misterio de este “admirable intercambio”» (522, 526). Para que Dios se forme en nosotros, debemos estar dispuestos a hacer sacrificios espirituales y corporales como hicieron María y José, los profetas y el pueblo de Dios. Nosotros también tenemos que preparar el camino, porque algunas profecías no se han cumplido; las mismas se harán realidad con la segunda venida de Cristo. Por eso, es esencial que durante el Adviento seamos conscientes de su doble carácter: mientras nos preparamos para la primera venida de Jesús, nos preparamos y ofrecemos sacrificios también para su segunda venida.
Ejercitemos pues nuestra esperanza y pidamos al Señor que nos guíe a hacer lo que es justo, que seamos una Iglesia peregrina, que renueve en nosotros el deseo ardiente de ver y de darnos cuenta de sus signos durante el Adviento para estar preparados para la Navidad. «Es necesario que Él crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30).