Una breve historia del canto gregoriano  



San Gregorio Magno nació alrededor del año 540 en Roma, y fue Papa desde 590 hasta su muerte en 604. Era un hombre inteligente y un líder efectivo que afianzó el refuerzo de la autoridad romana en asuntos tanto civiles como espirituales. Estuvo activo en la política nacional e internacional, y desarrolló un sistema de bienestar que incluía hospitales, beneficencias y sistemas más eficientes de control de impuestos y otros asuntos legales. Además de su naturaleza práctica, San Gregorio fue un prolífico escritor en el ámbito de la fe y la doctrina, reconociendo la necesidad de presentar diferentes aspectos de la fe cristiana de la manera más clara e inequívoca posible. Esto a su vez posibilitó que los misioneros cristianos viajaran por el mundo con un mensaje consistente.

San Gregorio consolidó la Iglesia de Roma instituyendo un culto más uniforme, absorbiendo las diferentes liturgias latinas (galicana, hispano-mozárabe, ambrosiana y celta) en la liturgia romana. La tradición musical todavía era entonces primordialmente oral (aprendida de oído) y generalmente no escrita, pero cuando la notación en forma de neumas se empezó a adoptar en torno al s. X, hubo un consenso extendido sobre la forma del culto. La participación de San Gregorio en la música se exageró gracias a una leyenda desarrollada en el s. IX que supuestamente le atribuye la autoría del canto, lo que desembocó en la adopción del término “canto gregoriano”. La fuente principal de este mito parece haber sido Johannes Hymonides, conocido como Juan el Diácono de Roma, que escribió una biografía de San Gregorio en 875 atribuyéndole la compilación del antifonario (volumen de cantos). En realidad, aunque San Gregorio fundó una Schola Cantorum (escuela de música) en Roma, su contribución a la naturaleza del canto se limitó sólo a sus reformas litúrgicas, que ayudaron a consolidar las prácticas musicales dentro de la liturgia romana.

Durante la dinastía Carolingia, Carlomagno (748-814) buscó unificar la Iglesia francesa con las prácticas romanas. Esta unificación de diferentes liturgias era políticamente conveniente, pero además fue impulsada por la fe y la reverencia de Carlomagno hacia Roma. Antes de esto, el rito Romano era solamente una de tantas liturgias. Carlomagno buscó concretamente la fusión de diferentes tradiciones del canto, especialmente el galicano y el romano. Esta forma híbrida gálico-romana se llamó el canto carolingio, esencialmente canto romano antiguo pero con trazas de canto galicano. Esto fue lo que finalmente se vino a dar a conocer como el canto gregoriano, gracias a la leyenda de la autoría de San Gregorio.

Los cantos gregorianos se anotaban usando neumas, los símbolos precursores de nuestra moderna notación pautada. Los neumas más tempranos eran marcas trazadas sin mucho detalle que indicaban la forma general de una melodía en lugar de un conjunto específico de notas Este sistema se fue refinando para convertirse en una representación más precisa del tono.

Los cantos gregorianos se organizan en diferentes modos, los precursores del concepto moderno de tonalidad. Hoy día, la música occidental se divide generalmente en dos modos principales, modo mayor y modo menor, con un número de tonos en cada una de las categorías. El gregoriano se divide normalmente en ocho modos. Todos los modos se caracterizan por sus intervalos, por cómo de grande es la “distancia musical” entre cada nota, generalmente de un tono (como de do a re), o el intervalo menor de un semitono (como de si a do, o de do a do #). El uso de los ocho modos estuvo muy extendido entre los s. VIII y XVI. Los modos gregorianos se dividen en auténticos y plagales:

Protus
Dórico

Deuterus
Frigio

Tritus
Lidio

Tetrardus
Mixolidio



La final, o sonido principal de los modos auténticos, es la tónica. El tenor o dominante es generalmente la nota a distancia de quinta ascendente sobre la final.